Otro Murakami
- Hadriannus
- 24 ene 2019
- 2 Min. de lectura
"La Muerte del Comendador" será sin dudas para mí el libro que selló mi reconciliación con el renombrado escritor japonés.
Para quienes estamos más acostumbrados a la literatura occidental, no siempre es fácil habituarnos a la narrativa oriental. Eso me sucedió con el Premio Nobel 2012, el chino Mo Yan (1955). Su voluminoso libro "Grandes pechos amplias caderas" (1996) me insumió meses de lectura, incluidos algunos periodos de interrupción. Sin embargo, las cosas me fueron bastante más sencillas con "La vida y la muerte me están desgastando" (2006), y ni qué decir con "El suplicio del aroma de sándalo" (2001), al que indudablemente considero el mejor libro que he leído en mi vida. Ninguna otra historia me impactó tanto.
Seguramente nuestra concepción del mundo, de la vida, nuestra cosmovisión es diferente entre occidentales y orientales, y esa diferencia de enfoque ciertamente se traslada a la manera de escribir y a lo que se transmite.
Con Murakami me sucedió varias veces que no podía concluir sus libros. Seguramente la raíz del problema está en mí, en mi subjetividad, y no en él. Lo cierto es que no lograba llegar al final, y entonces, fiel a la enseñanza de Borges, cuando notaba que lo narrado no me capturaba, no me convencía o no me emocionaba, lo dejaba de lado. Leer debe ser siempre un placer, una felicidad, nunca una obligación. Esta es la filosofía correcta.
Sin embargo, en la "La Muerte del Comendador" (Libro I) encontré otra forma de escritura, otra historia, con una menor dosis de fantasía. Me sucedió que lo empecé y lo terminé de un tirón. El relato me atrapó, desde el comienzo.
Se trata, desde mi punto de vista, de una historia sin fisuras, con todos los buenos condimentos que requiere una gran obra. La vida del pintor a quien su esposa le pide el divorcio y durante semanas recorre Japón en su automóvil, de una punta a la otra, para intentar digerir la separación, es realmente intensa y despierta muchas emociones en el lector. Su posterior traslado y retiro a la casa del padre de un amigo en la montaña quien, a su vez, era pintor de estilo tradicional japonés, así como todas las situaciones que allí se desencadenan, la gente con la cual toma contacto y conocimiento y la forma de encarar esas relaciones, constituyen una magnífica trama que se desarrolla de manera natural, sin exceso de fantasía, aunque con muchas sorpresas y sobresaltos.
Y, aunque me falta leer el segundo volumen, percibí a un Murakami menos surrealista y kafkiano, y más comprometido con el relato mismo, así como con los sentimientos que este transmite al lector; en este caso, el valor que asignamos a las relaciones que mantenemos con aquellos a quienes amamos, las cosas que dan sentido (o no) a nuestra existencia, y la importancia de estar atentos y abiertos a esos elementos de misterio que, de una manera u otra, acaecen en el transcurso de nuestras vidas.
En fin, esta no pretende ni mucho menos ser una "crítica", sino una mera crónica de las cosas que sentí leyendo "La Muerte del Comendador". Ya volveré a escribir mis impresiones cuando culmine la segunda parte. Hasta entonces.

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