Augusto Roa Bastos, un escritor felizmente impopular
- Hadriannus
- 6 dic 2018
- 3 Min. de lectura
Desconozco si es pertinente abordar el tema de la “popularidad” o la “masividad” de un escritor nacional determinado en un país en el que, según la propia Cámara del Libro Asunción Paraguay (CLAP), sus ciudadanos apenas leen, en promedio, un cuarto de libro al año. Si esta cifra, cuyo sustento científico desconozco, fuera cierta, el debate sobre cuán extendida sea la narrativa de un autor en particular es completamente estéril.
Mediando este presupuesto, es bastante generalizada la opinión de que la literatura de Augusto Roa Bastos es, en términos generales, inasequible para el gran público. Personalmente creo que esta idea es correcta. Y me explico.
En primer término, es preciso señalar que el Cervantes 1989 no es un escritor que se haya consagrado en su propio país. Es altamente probable que sin el dilatado exilio que se vio forzado a sobrellevar durante 47 años, y que lo conectó con los grandes circuitos literarios y editoriales del mundo, Augusto Roa Bastos hubiera sido un ignoto narrador de un remoto país sudamericano.
En este sentido, su corpus autoral adquirió relevancia en el exterior y obtuvo un público y un reconocimiento que no tuvieron su origen en el Paraguay. De allí, seguramente, el profundo aprecio que Roa sentía por Argentina y, en particular, por Buenos Aires, en particular.
Ahora bien, existe una parte importante de la obra de don Augusto que sí es de mayor manejo para el lector común. El Trueno entre las Hojas, Hijo de Hombre, Contravida, El Fiscal y Madama Sui, por ejemplo, son obras que no sólo tienen la virtud de llegar con mayor efectividad al público, sino que se presentan como una narrativa imprescindible para comprender una parte importante del proceso histórico, social y cultural del Paraguay durante el siglo XX.
Sin embargo, cuando hablamos de “Yo el Supremo” ya nos referimos a otra cosa. En efecto, se trata de la cumbre literaria de un escritor consagrado. Como me dijo el poeta José Luis Appleyard en 1995, hablamos de una “obra catedralicia”. Ella, sí, no está destinada a la masividad. Afortunadamente.
En 1.976, el famoso filósofo rumano-francés Emile Cioran fue requerido por un amigo para emitir su opinión sobre Jorge Luis Borges. Fiel a su estilo irónico, el pensador europeo escribió en su fantástica carta “El último delicado”: “Mi primera reacción fue negativa; la segunda también. ¿Para qué celebrarlo cuando hasta las universidades lo hacen? La desgracia de ser conocido se ha abatido sobre él. Merecía algo mejor, merecía haber permanecido en la sombra, en lo imperceptible, haber continuado siendo tan inasequible e impopular como lo es el matiz. Ese era su terreno”.
A renglón seguido añadió: “La consagración es el peor de los castigos -para el escritor en general y muy especialmente para un escritor de su género. A partir del momento en que todo el mundo lo cita, ya no podemos citarle o, si lo hacemos, tenemos la impresión de aumentar la masa de sus 'admiradores', de sus enemigos. Quienes desean hacerle justicia a toda costa no hacen en realidad más que precipitar su caída. Pero no sigo, porque si continuase en este tono acabaría apiadándome de su destino. Y tenemos sobrados motivos para pensar que él mismo se ocupa ya de ello”.
Por esa razón, personalmente, creo que es saludable que Roa, con “Yo el Supremo”, a diferencia de Borges, haya permanecido en la sombra, en lo imperceptible, y que continúe siendo tan inasequible e impopular como lo es el matiz.
Esa inabordabilidad es, precisamente, la que consagra el genio de nuestro Cervantes, autor digno del Premio Nobel de Literatura; la que torna inalcanzable a su obra maestra. Objeto únicamente del escrutinio de los entendidos y los especialistas. Rompecabezas sujeto de eterno desciframiento por parte de los alquimistas de la palabra. En este sentido, Augusto Roa Bastos es impopular. Y ojalá que lo siga siendo por mucho tiempo. Porque de literatura basta y popular estamos atosigados.

Comments