Los libros, el refugio de mi alma
- Hadriannus
- 5 dic 2018
- 3 Min. de lectura
Leer ha sido en mi vida una experiencia formidable. Con el tiempo se fue convirtiendo en una pasión, hasta el punto de decir que sin ellos no puedo vivir, no concebiría mi existencia. No sólo son mis compañeros y amigos más cercanos, sino también el refugio en el que he encontrado un lugar para guarecerme, protegerme de los peligros de la existencia, externos e internos.
Borges dijo algunas cosas muy interesantes al respecto. Una, que sin los libros no podía haber imaginado su vida; otra, que se jactaba más de lo que había leído de lo que escribió y, por último, que imaginaba el paraíso como una suerte de biblioteca. Y aunque fue un gran artesano de la palabra, yo, que no lo soy, puedo decir con mayor sinceridad que la suya que me ufano de lo que leí.
Y no solamente porque efectivamente leí mucho, sino porque esos libros que leí fueron mi droga, mi gran posibilidad de evasión, de fuga hacia lo fantástico y lo irreal, de abandono de las condiciones de adversidad que tantas veces se me presentaron en la vida. Realmente, sin ellos mi vida probablemente hubiera acabado hace mucho tiempo.
Esta idílica relación comenzó hacia 1983, cuando mis padres migraron al Paraguay y junto con mi hermano menor, Alejandro, nos quedamos a vivir tres meses en la casa de mi abuela Josefina. De la biblioteca pública de su ciudad (Parque del Plata, Uruguay), tomé prestado "Oliver Twist", de Charles Dickens. Sentía una gran aflicción por la ausencia de mis padres, sin embargo aquel libro me permitió volar, hacer deambular mi imaginación por lugares más propicios, sentirme un protagonista de aquella historia sensacional y trepidante. Mi pesar se vio atenuado gracias a él.
Las dificultades, sombra inseparable de nuestro itinerario existencial, continuaron. No es el caso de mencionarlas aquí una por una; basta con recordar que, junto a ellas, siempre tuve un libro a mano.
En cada época, un nuevo descubrimiento, un autor distinto, una aventura nueva. Cómo no mencionar la obra borgiana, que tantas satisfacciones me brindó. La roabastiana, que me permitió conocer las profundidades del alma del pueblo paraguayo, sus riquezas y contradiccciones; las luchas de su historia y también la frustración por los anhelos no siempre conquistados de su gente.
Cada año, con cada Premio Nobel y cada Cervantes, tuve la fortuna de descubrir un nuevo cauce de asombro, de fascinación, de reflexión, de desasosiego. He esperado los anuncios de sus ganadores con ansiedad, con expectativa, con delectación siempre.
Ahora, ya casi a mitad del camino de la vida, no puedo darme el lujo de leer lo que se me antoja, he comenzado a ser más selectivo. Primero, retomar las relecturas de aquellos textos fundamentales que alumbraron mi inteligencia y enfocarme en los descubrimientos que valgan la pena. Los que me sigan entusiasmando, seduciendo, encantando, hechizando...
Los libros han marcado mi vida. La marcaron para bien. Y si estas líneas sirven para que a otros se les revelen estos caminos venturosos, no habrán sido escritas en vano.
Con esta sana intención me lanzo a esta aventura de contarte los libros que me deleitaron. No sé si ellos me eligieron o yo los elegí. Lo único que sé es que siempre terminamos por parecernos a los libros que leemos. O talvez ellos se parecen a nosotros. No importa; tantas veces nos ayudaron a sobrevivir.

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